viernes, 13 de marzo de 2009

The Magnetic Fields



EL ULTIMO QUE LLEGA PRENDE LA LUZ

Hace algunos años escuche hablar de un tal Merrit. De su inagotable capacidad creadora. De sus múltiples y multanimes bandas. Era obvio. Su nombre no paraba de circular en el (in) visible mundo de la música.
The Magnetic Fields parece trabajar sobre un estado de la oscuridad fluorescente, casi luminoso. En algunos casos transforma la angustia y las tribulaciones del hombre, en pura bondad, manifiesta a través de las canciones.
La impresión inicial es desconcertante porque estamos frente a un microcosmos sonoro insospechable.
La singularidad de los discos nos aparta del espacio y tiempo actuales, para transportarnos a un campo anacrónico.
No seria tan desatinado decir que Los campos magnéticos, es un grupo amnésico de sus contemporáneos. Por eso no sabemos en que lugar de la historia ubicarlo. Porque Stephen Merrit traza su propio espacio paralelo.
Su voz carga por un lado con un bagaje de monotonía y retraimiento que la convierte en una manifestación semi-automática. Fácilmente podría ser un actor de Robert Bresson, que en vez de actuar, despojado de toda experiencia dramática, cantara. Por otra parte y casi rozando el límite de la contradicción, tenemos a un Merrit que se vuelve más lírico y expresivo, con una teatralidad a cuestas que subraya el lado más kistch de la banda.
Por su variedad de componentes, con sonidos viejos superpuestos provenientes de sintetizadores llenos de polvo, puede resultar tan barroca y atractiva como una porción de torta húngara.
Y al final, después de todo, The Magnetic Fields nos deja una puerta abierta, un silbido de confianza. Porque con su tímida alegría no logra que desaparezca la angustia. Pero si nos incita a buscar en nosotros mismos para saber como evitarla.

Es la primera vez que vengo a esta playa

(…) Primero quedamos en que Holiday iba a estar listo en una semana. Cuando llego la hora…

-El ploglama lento, lento… no responde- me decía el chino de vestimenta occidental que había instalado el cyber en diagonal 80.
- ¿En diez o quince días le parece?
- Palece, palece… no entende.
- El disco de Magnetic fields ¿se acuerda?
- Ahh, malnetic, si (el olor a incienso me estaba quemando los pulmones)

Pasaron los días y la agilidad tecnológica oriental comenzaba a desmitificarse.

-¿No esta? Bueno…
- Ploglama lento, lento
- El Tao, el Tao, Lao Tse (ahora me entiende) Chau nos vemos -le digo-.

Hasta que di con el sitio indicado pasaron algunos días. ¿El lugar? Un sombrío espacio de alfombras deshechas ubicado en calle 56. Cualquier disco por extraño que sea, podía ser bajado allí a un módico precio.

Que bueno es volver a los años ’20 sin moverse del lugar, sin salir de la vieja poltrona. BBC Radiophonic Workshop es puro sonido. Arranca Holiday con una introducción-cóctel para una Josephine Baker computarizada.
A ver. Existen dos tipos de rarezas musicales. Aquellas que, por decirlo de algún modo, viven dentro de un ecosistema determinado y las que sobreviven fuera. Strange powers, al igual que su video, parece pertenecer a la segunda porque te deja sin reacción, perplejo.
La cuestión del Quid.
Desert island suena como si estuviera tocada en vivo y con desperfectos en los cables, en el tablero, en los instrumentos. O como si la escucharas desde una terraza ubicada a media cuadra del teatro en donde los magnéticos están rodando. Un efecto bullicioso, una meseta confusa para una melodía adhesiva y tonificante.
Nueva York y Londres se unen para dar vida a dos temas tapizados con algodones similares a nubes naranjas, azules y verdes. Una panorámica especial para cuando atardece y un robot tan sensible como la región del imán que atrae a las partículas de hierro. Las magnetitas son Tom green velvet eyes y The flowers she sent and the flowers she say she sent.
Encontré en un bolsón tres tapes y un par de polainas con perfume de los años ’80. Arriba del escenario un grupo de gimnastas, recrean Deep sea diving suit y Swingin London, animados por el espíritu, porque no, de Luigi Pirandello.
Holiday (1993) siempre nos hace volver para deleitarnos con “Poderes extraños”. Casi de la misma forma en que The pleasure of principle (1979) de Gary Numan, nos arrastraría para pegarnos a Cars. Aunque después nos demos cuenta de que hay mas fruta abrillantada detrás de estas canciones poderosas.


Nada mejor que un par de zancos

No hay hormigas en el postre. Con Get lost (1995) Merrit parece haber cruzado la gran agua. El disco es elegido por la crítica especializada como la mejor producción independiente de ese año.
Las canciones están más pulidas, mejor codificadas. Digamos que podría ser la mejor carta de presentación de grupo (un sonido más limpio, con más aire, aire plumífero). Hay un guiño sutil hacia el público, una mirada cómplice. Por eso entramos sin inconvenientes a la fiesta (parece que ahora estamos anotados en la lista de invitados).
Si querés ser famoso y experimentar el trajín diario de una estrella del under, subite a Famous. La parada y el destino corren por tu cuenta.
Ayer se produjo un aterrizaje voluntario en la luna para experimentar el néctar de la creación, después de haber concretado un proyecto que comenzó siendo algo difuso.

- “Con destino a la tierra parte del anden numero 5…”

Una azafata ¿francesa? Nos recuerda que la estadía en la grandiosa estrella ha finalizado.

-Ya subo, un minuto más…
-Smoke and Mirrors, me dice.


Justo ahí, como si no tuviera control de mi cuerpo, experimento una ascensión muy especial. En medio de espirales de varios colores, veo como una cantidad tonélica de papel picado (Plateado) va cayendo desde la boca de algún planeta, ubicado por encima de mi cabeza.

¡Canción cenit!
Claro que lo es.
Anoto en una libretita de 50 centavos Save the secret for the moon. Hago movimientos con los brazos. Son las 4 a.m. Estoy flotando.

Cuando una hélice se enciende, es verano y el mono fásico trepa por las lianas.

-¿A sí?
-Claro, respondo. No ve que esta sonando Love ligther than air.
-Yo no escucho nada.

… y yo me impregno de una alegría triste, fluorescente.

Me olvide algo. ¿eh? Si. En 1993 la banda edita un disco mortecino, críptico.
Su nombre es The charm of the highway strip. Es el primer Road álbum que haya conocido hasta el momento.
Hay algo que me hace pensar en una conexión con el film Carretera perdida de David Lynch. No se.
Durante cada canción percibo algunos destellos. Rapidísimos. Y otra vez a oscuras. Son las luces delanteras de los vehículos que pasan a más de 200 Km. por hora.
¿Qué mas queda?. Reparar en pequeñas obras maestras como Lonely highway, Born in a train, I have the moon y Two characters in search of a country song. Distintos poblados intermedios, distintas ciudades. “Los autos sufren cuando los días cuajan”, susurro al volante.


Botiquín

Alguna vez dije que el disco triple 69 love songs (2000), me parecía el mejor trabajo de la historia de la música.

-¿No le parece a usted demasiado exagerado?
-Mmm, no. Todavía lo sigo sosteniendo señor antifaz.

En las sesenta y nueve posibilidades del amor no se registra ninguna similitud, excepto una única palabra. Cuatro letras. Porque para el asombro de todos nosotros, cada canción es muy distinta de la otra.
La genialidad en la cúspide. La independencia siempre va pegada a la imaginación.



- ¿Qué hacer ante un disco tan voluminoso?
- Meter todos los temas en una bolsa de consorcio y sacar algunos al azar (falso).


El sentido folklore de Absolutely cuckoo es la bolilla A del volumen 1. Una tarde de campo con empanadas criollas y un baile con pañuelos blancos al aire para cualquier feriado. Es un homenaje de Merrit a la patria gaucha.
Me gustaría hacer el ridículo en un bar, disfrazado de vaquero culto con botas texanas color naranja. Pasos a la izquierda y a la derecha. Movimientos muy ocurrentes (para la carcajada o para un capitulo de La risa de Bergson). El ticket se vende con la leyenda A chiken with its head cut off o The luckiest guy on the lower east side. Las entradas están en venta en todas las boleterias.

Fido, your leash is too long, reproduce el sonido kinético de un dedo mojado refregado sobre el vidrio. Hasta Hammelin sin su flauta encanta y hace mover a las serpientes.
Creo que se puede ser tan melodramático como la interpretación de Roses, aunque muy pocos puedan permitirse ese lujo en un álbum tan lujoso. Así arranca el volumen 2, con lágrimas infames y haciendo caer los dientes permanentes de quien decida cantar este tema.
Siempre al borde del ridículo, ingreso a un boliche con sillones triangulares de jackard que rodean la pista. Allí me muevo con Long forgotten fayretale. Todos se ríen. Yo aplaudo.

- ¡Así se habla!
- ¿Tenés hambre?


Comí un pastel de membrillo para alegrar la tarde y no hubo caso. Quise cambiar de animo con The sun goes down and the world goes dancing… y casi lo logro.

Bolilla A del volumen 3. Ahora soy yo el que dice ¡No entende! Tanta delicadeza para una canción tan respira y como si fuera poco, cantada parcialmente en francés.
Me sigo sorprendiendo.
Me sorprende Underwear.

¿Qué les parecería un electro-reggae del altiplano? (con gorritos coya y todo, los que no tienen pompón). Me mareo pero no importa la altura porque todo confluye en un ambiente de extrema tranquilidad. It's A Crime.
Prosigo con la bolilla C. Es un tema ideal de bajos lingüistas colmado de signos crispados. Las cuatro cuerdas cobran protagonismo en The death of Ferdinand De Saussure.
Escribo con mayúsculas Meaningless mientras me deleito con la melancolía de algún lugar lejano. Yeah! Oh, yeah, cantan a duo Claudia Gonson y Stephen Merrit.

69 love songs. Cosas que dice esta gente.
69 love songs. Un alfajor guiness con tres tapas de hojaldre.



-¿Hace falta que digas todo esto?
-No. Es simplemente un vicio.
-¿Qué te puedo decir?


Podes ser atraído o repelido por la banda, depende de que tipo de metal seas.